El Airecito – Сквознячок - стр. 1
Después del trabajo en la biblioteca, a Airecito le encantaba dar un paseo por la ciudad nocturna, volar sobre las callecitas vacías y silenciosas y columpiarse en las ramas de los árboles. Dar volteretas sobre los tejados de las casas. Y aquella noche todo iba igual que siempre, él volaba sobre la ciudad y canturreaba:
Cuando en el silencio de la ciudad adormitada se oía el llanto de un niño, Airecito se dirigía en seguida a aquel sonido. Se acercaba con mucho cuidado para que nadie lo vea a la casa donde el niño no podía quedarse dormido. Se colaba por la ventana a la habitación y empezaba a cantar unas nanas maravillosas en voz tan bajita que solo el bebé podía oírlas.
Y así fue esta vez, el Airecito le canturreaba una de sus bonitas nanas al pequeño:
Al ver que el niño se durmió plácidamente mientras escuchaba su canción, Airecito se fue a la calle por la ventanilla. Él volaba hacia la biblioteca y pensaba:
”¡Que dulces sueños tendrá el niño! Incluso si estuviese malito ahora, por la mañana se despertará alegre y animado. Porque esas nanas traen en sí un sueño profundo y curativo, alegre y dulce. ¡Qué suerte que yo sé tantas nanas! ¡Hay para todos los niños de la ciudad! Algunas de ellas encuentro yo solito en los libros antiguos, y otras las compone el Bibliotecario en sus ratos de descanso. Él trabaja en la Biblioteca municipal en la que yo paso la mayor parte del tiempo.”
Así pensaba nuestro Airecito volando por encima de la dormida ciudad. Al acercarse a la biblioteca, ha entrado por la ventanilla abierta y se ha acercado a la mesa redonda donde estaban sentados el bibliotecario Lectórius y su nieta Adelina. Airecito como siempre ha llegado a la biblioteca para ayudar a sus amigos. Ellos estaban muy ocupados intentando restaurar un gran libro antiguo y se han alegrado muchísimo al ver a Airecito. El bibliotecario le ha dicho:
– ¡Oh, mi amigo Airecito! ¡Llegas muy a tiempo! Nosotros no podemos finalizar esa labor tan delicada sin ti. Nadie es capaz de hacer este trabajo porque requiere tanta paciencia y agilidad los que solo tú tienes.
Adelina, la nieta del bibliotecario, ha continuado:
– Llevamos aquí toda la tarde recuperando libros y manuscritos antiguos con la ayuda de un cortapapeles, unos pinceles finos y pegamento. ¡Y ahora tú, Airecito, ¡sopla por favor lo más fuerte que puedas! Hay que secar muy bien el pegamento en esta página.
Y Airecito soplaba fuerte, muy fuerte para secar las páginas de un libro recién recuperado mientras Adelina las hojeaba y charlaba con el:
– Vaya… mi abuelo y yo encolamos los libros, los encuadernamos de nuevo e incluso cambiamos las páginas dañadas. Pero solo tú, Airecito, con tu suave brisa puedes sujetar en el aire estas hojitas dañadas y tan frágiles cuando es necesario. ¿Dónde has estado? ¡Ah, bueno, es fácil de adivinar! Seguro que adormeciendo a algún niño de la ciudad. Sabes, Airecito, sin ti no sería posible salvar algunos libros, porque muchas de las páginas son tan decrépitas y frágiles que se pueden destruir por completo solo con un toque más ligero y cuidadoso.