El Airecito – Сквознячок - стр. 3
Él ya estaba más tranquilo porque según parecía no pasaba nada serio. Airecito quería dar la vuelta y volar hacia su casa. Pero la Torre seguía quejándose, tragando las lágrimas:
– Es cierto, y yo misma también me alegraría por eso, pero… ¡Ayer por la mañana el Gobernador emitió un decreto que decía que era necesario derrumbarme!
– ¿Qué decreto? – se asombró Airecito.
– El decreto en el que Gobernador manda a destruirme mañana por la mañana. “Una ruina vieja que afea con su presencia el aspecto tan bello de nuestra ciudad…” – eso ha dicho, ¿te lo puedes creer? ¡Yo no soy vieja, yo soy antigua! ¡Mira que bonitos son mis ladrillitos, mira que preciosas son mis torrecillas! Y lo más importante es que yo como nadie más en esta ciudad he sido siempre tan fiel a nuestro Gobernador. Cada vez al mediodía, cuando él salía a la Plaza arrastrando su precioso manto y empezaba a leer las noticias de la semana a los ciudadanos, yo fui la que le protegía de los abrasadores rayos del sol en la sombra de mis murallas. ¡Cuánto me gustaba escuchar su voz divina! ¡Oh, que ingratitud tan cruel!
La pobre Torre no podía decir nada más porque la ahogaban las lágrimas.
– ¡Eso sí que es verdad! – dijo Airecito. – Tú has sido casi la única de nuestra ciudad a quien le gustaba escuchar esas noticias y decretos bobos del Gobernador compuestos por el mismo. Los ciudadanos están bastante cansados de tener que dejar todo lo que estén haciendo y reunirse en pleno día en la Plaza para escuchar al Gobernador. ¡Y a él no se le ocurrió nada mejor que prohibir estrictamente las editoriales y la lectura de los periódicos de verdad con auténticas noticias, solo para que se le escuche a él y a nadie más!
– ¡Ay, Airecito… mira, ¡¡ya está amaneciendo!! – se ha echado a llorar de nuevo la Torre.
– ¡No, no llores! ¡Yo te ayudare! ¡Aun yo mismo no sé cómo, pero te salvare, mi Torre! ¡Se me ocurrirá algo!
– ¡Pero eres tan pequeño, eres casi invisible! ¿Qué se te puede ocurrir? Acaso un cuento… ¡pero por más maravilloso que sea, no me salvara de la destrucción!
De repente Airecito se ha alegrado muchísimo al oír esas palabras de la Torre-
– ¡Un Cuento, claro, un Cuento! ¡Eres tan lista Torre, me lo has dicho justo a tiempo! – se alegró tanto nuestro Airecito que empezó a dar volteretas de felicidad. Y aquí hay que decir que a la Torre le ha entrado un ataque de estornudos a causa de ese regocijo repentino.
– ¡Achís! ¡Vaya! ¡No eres tan débil como pareces Airecito! Pero… ¡achís! ¡Tanto trabajo en la Biblioteca no te ha servido de bien!