Abuzador - стр. 21
Porque no estoy haciendo nada malo. Solo quiero vivir. Respirar. Rezar. Ser yo.
Y creo que recién ahora lo entendí: ya no necesito su aprobación para ser quien soy.
Capítulo 10. Él lo siente
Al día siguiente, estaba especialmente atento. No como antes – sin reproches, sin presión. Al contrario: callado, distante, pero con la mirada fija. Como si esperara algo.
Preparé el desayuno. Se sentó, pero no tocó nada. Solo me observaba mientras servía el té, mientras me movía por la cocina. Luego dijo:
– Has cambiado.
Me quedé quieta.
– ¿En qué sentido?
No respondió enseguida. Solo inclinó un poco la cabeza y añadió:
– No lo sé. Eres distinta. No dices nada malo. No discutes. Pero… ya no eres la misma.
Encogí los hombros. Quise decir que eso es algo bueno. Pero me callé.
– ¿Estás ocultando algo? – preguntó de golpe.
– No.
Se levantó, se acercó.
– Tu mirada ha cambiado. Antes me mirabas con expectativa. Ahora… como si dentro de ti hubiera otra vida. Oculta. Sin mí.
Lo miré. Y de pronto lo sentí: tenía miedo. No por mí. Tenía miedo de perder el control. No entendía cómo había cambiado yo. Porque él no había dado permiso para eso.
– Simplemente me siento más tranquila – dije en voz baja. – Eso es todo.
Asintió, pero su mandíbula estaba tensa. Tomó el móvil y se fue a otra habitación. No cerró la puerta, pero pude oírlo: hablaba con alguien. En voz baja. Rápido. Seco.
No escuché lo que decía. Solo lo anoté todo en mi cuaderno. Cada palabra. Cada emoción.
Y con cada línea escrita, sentía crecer dentro de mí algo que ya no podía detenerse. Resistencia.
Lo que no tiene nombre
La intimidad con él… al principio la deseaba. Recuerdo cómo al comienzo me sentía atraída. Como mujer, como persona, como cuerpo que anhela el contacto. Quería ser amada. Quería dar. Quería recibir.
Pero Vlad siempre creyó que debía ganarme su deseo. No lo decía abiertamente. Hacía pausas, me miraba evaluando, fruncía el ceño o decía con voz lenta:
– Podrías esforzarte un poco más. De verdad. Un poco más de seducción, de feminidad. No es tan difícil.
Y luego, cuando no le funcionaba, susurraba:
– Tienes… un cuerpo que no es perfecto. Ya lo ves. Es que, fisiológicamente, no puedo. Lo intento, de verdad.
Yo lo escuchaba – y sentía que algo moría dentro de mí. Me culpaba. Me miraba al espejo y solo veía defectos. Intentaba volverme deseable. Me moría de hambre. Me atiborraba de pastillas. Y después – comía. Sin parar. Llorando. Desesperada. Y luego – corría al baño. Vomitaba por odio hacia mí misma.
Así empezó la bulimia. Entró en mi vida en silencio. Como consuelo. Como castigo. Como una forma de recuperar algo de control.