Размер шрифта
-
+

No mires atrás - стр. 23

De pronto me mareé aún más y sentí unas náuseas intensas.

– Bueno, bastante predecible – dijo él con indiferencia, haciendo un gesto con las manos. Me agarraron bruscamente por el cuello, tan fuerte que el pecho se me oprimió por la falta de aire y la vista se me nubló.

Cuando ese maniático me soltó, aún pasé un buen rato sin poder respirar a pleno pulmón. Y mientras intentaba toser y recuperar el aliento, trajeron a otra chica a rastras. Estaba aterrada y apenas podía mover los pies. Miraba a su alrededor, completamente desorientada, como si estuviera en estado de shock. Al verme, se detuvo en seco y casi se desmayó, pero el hombre que la acompañaba la sostuvo a tiempo.

La colocó hábilmente no muy lejos de mí, también encadenando sus brazos con esas mismas cadenas que colgaban del techo. Pronto, ella también quedó allí, suspendida entre el cielo y la tierra.

Me desconcertaba la docilidad con la que aceptaba todo aquello. Como si aún no comprendiera del todo dónde había acabado ni lo que iban a hacerle.

Así que… esta es mi nueva realidad

Yo y alguna chica – dos desconocidas unidas por un mismo destino – terminamos aquí por obra del azar. Nuestros cuerpos estaban firmemente sujetos por cadenas heladas que colgaban del techo, inmovilizando cualquier intento de movimiento. El metal era tan rígido y frío que bastaba la mínima presión sobre brazos o piernas para provocar dolor, haciéndome sentir completamente impotente.

El cuerpo se me había agarrotado, los músculos me dolían por la tensión constante, por esa imposibilidad de escapar o siquiera relajarme.

El inquisidor se acercaba lentamente, como si cada uno de sus pasos estuviera diseñado para alargar el momento, creando una atmósfera aterradora. Venía hacia mí, con unas agujas largas en las manos.

Un movimiento rápido – y un dolor insoportable atravesó mi cuerpo. Grité. Grité con tanta fuerza que por un instante me pareció escuchar mi propia voz desde fuera. Era imposible contenerse ante aquel dolor salvaje, cegador, que paralizaba todo mi cuerpo, como si lo hubiese encadenado desde dentro.

Con cada segundo, los radios se hundían más profundamente en la tierna carne bajo mis uñas. Parecía que apenas se movían, pero el dolor era insoportable. El hierro afilado atravesaba lentamente la piel y los músculos, y el sufrimiento ardía como si una varilla al rojo vivo se clavara en mí cada vez más hondo. Sentí cómo la sangre empezaba a manar despacio de la herida, su humedad cálida contrastando con la frialdad implacable del metal.

Страница 23