No mires atrás - стр. 22
Al aterrizar sobre la tierra fría, al principio no comprendí qué había ocurrido. Todo mi cuerpo ardía de dolor, y en mi cabeza reinaba una total confusión. Pero, un instante después, escuché pasos que se acercaban. Me habían encontrado.
– ¿Ya terminaste de correr? – se burló uno de ellos, acercándose más y agarrándome bruscamente por el cabello.
Sentí cómo el dolor explotaba en mis sienes, pero no podía gritar ni resistirme. Era como si el mundo entero se hubiese ralentizado de repente, convirtiendo cada instante en una eternidad.
– Ahora sí que no te escaparás – dijo el segundo, golpeándome la cabeza con tanta fuerza que la oscuridad inundó mis ojos. Perdí el conocimiento.
Cuando recuperé la conciencia, mi cuerpo nuevamente estaba atado. Con gran esfuerzo abrí los ojos y vi frente a mí una habitación amplia y fría, con ásperas paredes de piedra. La humedad rezumaba por ellas, el aire era húmedo y pegajoso, lo que me hacía estremecer. Una bombilla apenas encendida arrojaba una luz tenue, casi imperceptible en la penumbra. El suelo bajo mis pies estaba sucio, y allí se movían ratas. La sola visión de ellas hizo que mi estómago se contrajera instantáneamente. Sentí cómo el terror comenzaba a crecer en mi pecho, y un sudor frío apareció en mi frente. Otra vez ellos…
El último encuentro con las ratas quedó en mi memoria como una cicatriz dolorosa. Aquella vez me llevaron a un sótano oscuro y apestoso. Me violaron y golpearon durante mucho tiempo. Luego, tras atarme tan fuerte que no podía ni moverme, me dejaron allí para morir. Esas criaturas, una tras otra, se acercaban lentamente hacia mí, sintiendo mi impotencia. Al principio simplemente merodeaban alrededor, pero luego una de ellas se atrevió y clavó sus dientes en mi pierna. El dolor fue instantáneo, agudo. Intenté liberarme, pero no podía – mis manos estaban atadas. Y entonces empezaron a morderme una y otra vez. Cada roce de sus dientes era una tortura.
Este miedo, este horror – estaba aquí otra vez, como un déjà vu. Todo se repite. Otra vez estoy atrapada, otra vez soy impotente, otra vez atada, y otra vez – las ratas frente a mí. Su presencia llenó mi mente de recuerdos espeluznantes, y mi cuerpo quedó paralizado por el terror. Parecía que nunca iba a escapar de esta pesadilla.
Esta habitación era una verdadera pesadilla. Del techo colgaban gruesas cadenas, y sobre la mesa, en un orden perfecto, yacía una montaña de cuchillos, lazos, agujas de tejer y látigos.
– ¡Ponte cómoda! Vamos a pasar mucho tiempo juntos aquí – dijo suavemente un hombre con una máscara oscura, entrando en la habitación y cerrando la puerta tras de sí. – No conozco tus gustos, pero para empezar, propongo calentar con unas agujas al rojo vivo. ¡El efecto de tenerlas bajo las uñas superará todas tus expectativas más atrevidas!