Homo Ludus (Spanish edition) - стр. 21
No importaba, aunque era interesante. Lo que importaba era lo que oiría pasado mañana. Pasado mañana, cuando no sufriera una intoxicación etílica y fuera el momento de pensar en su relación.
Gustav subió a la torre desde donde tenía su vista favorita de las "olas del bosque" y contempló el crepúsculo: las copas verdes de los árboles habían tomado forma, mostrando todo el viento relativamente fuerte que soplaba. Si mirabas las copas de los árboles a lo lejos, te daba la impresión de que sólo tú sabías cómo se sentía ese árbol, e incluso mejor que él. Veías cómo y qué influía en él, en qué dirección oscilaría ahora y qué le esperaba después. Todo esto era sólo conocimiento, no influencia: en el caso de los árboles no importaba, pero en el caso de las personas ese conocimiento daba verdadero poder. Si le demostrabas a un hombre que algo te interesaba, le crecían las orejas. Sólo era necesario darle un par de buenos consejos o las palabras justas, y se convertía en tu amigo, olvidando que sólo otra persona y nadie más puede ser su enemigo más
peligroso. Si aprobabas esta amistad, él se abría, dándote oportunidades completamente inmerecidas para su propia destrucción.
Y, sobre todo, a Gustav le sorprendieron dos rasgos absolutamente opuestos del hombre: por un lado, su insensata ingenuidad y confianza y, por otro, su despiadada crueldad e hipocresía. Estas dos cualidades parecían estar reclutando cada una de ellas al equipo de la realidad circundante, y las características de tal selección, ya fuera en un solo individuo o en toda una civilización, podían cambiar con asombrosa rapidez y avidez, pasando de un extremo a otro.
***
Vincent, un amigo reciente de Gustav, iba a visitarle esa tarde, y con él discutían de vez en cuando las cosas que rondaban la mente de todo hombre. Normalmente hablaban mirando la oscuridad del bosque desde el primer piso de la mansión.
"Vin, ¿cuáles dirías que son los principales rasgos distintivos de la etapa actual de la humanidad? Bueno, para la sociedad, para las personas como sociedad", preguntó Gustav.
Vincent, que al parecer no se esperaba una pregunta sobre algo general y no sobre una persona como tal, ni siquiera dio muestras de sentirse incómodo con tales preguntas, pero pensó: "Sabes, no se sabe muy bien. ¿Quizá latencia? La búsqueda del equilibrio. Los pueblos antiguos no tenían eso. Tampoco en la Edad Media. Nadie pensaba en ninguna medida: se limitaban a tomar todo lo que podían en cada momento. Y siempre acababa mal. Con el paso del tiempo, esta codicia fue disminuyendo. Y ahora, aparentemente, hay algo que suprime esta codicia. La latencia. Aparentemente, tanto la sociedad como el estado la tienen.