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Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - стр. 2

se podía comparar con él.

Pensó que debía poner un nombre a su caballo, al igual que otros caballeros famosos. Después de mucho pensarlo, decidió llamarlo Rocinante, nombre sonoro y significativo de lo que había sido antes, cuando fue rocín, porque ahora era el primero de todos los rocines del mundo.

Cuando puso nombre a su caballo, quiso ponérselo a sí mismo. En ello estuvo pensando ocho días hasta que decidió llamarse don Quijote. Pero recordó que Amadís añadió a su nombre el de su tierra y se llamó Amadís de Gaula. Como buen caballero, él también hizo lo mismo y se llamó don Quijote de la Mancha.

Le faltaba buscar una dama de quien enamorarse, porque un caballero andante sin amores es como un árbol sin hojas y sin fruto.

En el pueblo cerca del suyo, había una moza labradora de muy bien parecer[9] de la que él estuvo enamorado, aunque ella jamás lo supo. Se llamaba Aldonza Lorenzo, pero él creyó que debía darle un nombre que recordara el de una princesa y gran señora y la llamó Dulcinea del Toboso, porque había nacido en ese pueblo.

Capítulo II

La primera salida de don Quijote

Acabados estos preparativos, no quiso esperar más tiempo para poner en práctica su pensamiento, porque él creía que hacía mucha falta en el mundo para deshacer agravios[10] y reparar injusticias. Así, sin decir nada a nadie, una mañana del mes de julio cogió su escudo y sus armas, subió sobre Rocinante y salió al campo, muy contento al ver que había dado principio a su buen deseo.

Pero pronto recordó que no había sido armado caballero[11] y, según la ley de la caballería, no podía ni debía utilizar las armas para enfrentarse con ningún caballero. Estos pensamientos le hicieron dudar un poco, pero pudo más su locura que otra razón y decidió que al primero que encontrara en su camino le pediría que le armara caballero, tal como había leído en sus libros de caballería.

Con estos pensamientos se tranquilizó y siguió el camino que su caballo Rocinante tomaba por los campos de Montiel. Mientras tanto, iba pensando: «Dichoso siglo aquel en que saldrán a la luz[12] mis famosas hazañas para la eterna memoria. ¡Oh, tú, sabio escritor, tú que contarás esta historia nunca vista! Te ruego que no te olvides de aventuras». Luego se decía, como si verdaderamente estuviera enamorado: «¡Oh, princesa Dulcinea, señora y dueña de mi corazón! Os ruego que os acordéis de vuestro esclavo, que tanto sufre por vuestro amor». Así iba añadiendo estos y otros disparates, como los que le habían enseñado sus libros.

Caminó todo el día y no sucedió ninguna cosa, por lo que él se desilusionaba porque estaba ansioso de demostrar su valor y la fuerza de su brazo. Al anochecer, su rocín y él estaban cansados y muertos de hambre. Iba mirando a todas partes por ver si descubría algún castillo o alguna cabaña de pastores donde alojarse, cuando vio cerca del camino una venta

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