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Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - стр. 15

Viendo don Quijote que Sancho estaba de pie, le dijo:

–Para que veas, Sancho, el bien que encierra la andante caballería, quiero que aquí a mi lado te sientes en compañía de esta buena gente, que soy tu amo y señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebo, porque la caballería andante es como el amor, que iguala todas las cosas.

–¡Menudo favor! ―dijo Sancho―, pues si tengo algo que comer, prefiero hacerlo en mi rincón sin finos modales ni respetos, aunque sea pan y cebolla.

–A pesar de todo, te has de sentar, Sancho.

Los cabreros, que no entendían de escuderos y de caballeros andantes, comían y callaban, sin dejar de mirar a sus invitados, que tragaban con gana buenos trozos de cabra.

Una vez acabada la carne, pusieron en el centro gran cantidad de bellotas y medio queso para acompañar el vino que aún quedaba.

Después de comer, don Quijote cogió un puñado[55] de bellotas y dijo:

–Dichosos aquellos siglos dorados, llamados así no porque hubiera mucho oro, sino porque los que vivían en aquel tiempo ignoraban las palabras tuyo y mío. Entonces todas las cosas eran comunes: para comer bastaba con levantar la mano y coger el fruto de las robustas encinas. Las fuentes y los ríos ofrecían frescas y transparentes aguas. En los huecos de los árboles, las abejas regalaban la dulce miel que solo ellas trabajaban. Todo era paz y amistad entonces. Las hermosas muchachas andaban sólo con lo necesario para cubrir lo que la honestidad ha querido siempre que se cubra. El engaño no se mezclaba con la verdad. Y ahora, en estos tiempos que vivimos, nada está seguro. Por ello se creó la orden de los caballeros andantes; para defender a las doncellas, proteger a las viudas y socorrer a los huérfanos y los necesitados. De esta orden soy yo, hermanos cabreros, a quienes agradezco el habernos acogido tan amablemente a mi y a mi escudero.

Los cabreros le estuvieron escuchando embobados[56] y sin decir palabra. Finalmente, dijo uno de los cabreros:

–Para que vea, señor caballero andante, que le acogemos buena voluntad, queremos contentarle con una canción que sabe un compañero nuestro y que no tardará en venir.

Apenas había terminado de hablar, cuando llegó a los oídos de todos la música de un rabel[57], y al poco rato apareció el mozo que lo tocaba.

Uno de los cabreros le dijo:

–Bien podrías cantar un poco para que este señor vea que también por los montes y bosques hay quien sabe de música.

El mozo, sin hacerse más de rogar[58], se sentó en un tronco de encina y comenzó a cantar una canción de amores. Quiso don Quijote que cantara algo más, pero Sancho le dijo que esos hombres estaban ya cansados del duro trabajo que habían hecho.

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