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Треугольная шляпа / El sombrero de tres picos. Испанский с улыбкой - стр. 8

y por lo vistoso de su capa de grana[11], como por lo particularísimo de su grotesca figura…

La grotesca figura del señor corregidor, consistía (dicen) en que era cargado de espaldas…, todavía más cargado de espaldas que el tío Lucas…, casi jorobado, por decirlo de una vez. Tenía de estatura menos que mediana, mala salud, las piernas arqueadas y un andar que parecía cojo de los dos pies. En cambio, su rostro era regular, aunque ya bastante arrugado por la falta absoluta de dientes y muelas, con grandes ojos oscuros, con finas y traviesas facciones. Se notaba que en su remota juventud era muy agradable y acepto a las mujeres, no obstante sus piernas y su joroba.

Don Eugenio de Zúñiga y Ponce de León (que así se llamaba Su Señoría) había nacido en Madrid, de familia ilustre; entonces tenía unos cincuenta y cinco años, y llevaba cuatro de corregidor en la ciudad de que tratamos, donde se casó a poco de llegar.

Las medias de don Eugenio (única parte que, además de los zapatos, dejaba ver en su vestido la capa de grana) eran blancas, y los zapatos negros, con hebilla de oro. Pero luego que el calor del campo lo obligó a quitar la ropa, se le vio una gran corbata; una chupa[12] de color de tórtola; calzón corto, negro, de seda; una enorme casaca; espadín con guarnición de acero; bastón con borlas, y un respetable par de guantes que no se ponía nunca.

El alguacil, que seguía veinte pasos de distancia al señor corregidor, se llamaba Garduña, y era la propia estampa de su nombre. Flaco, agilísimo; mirando adelante y atrás y a derecha e izquierda al propio tiempo que andaba; de largo cuello; de diminuto y repugnante rostro, y con dos manos como dos manojos de disciplinas, parecía juntamente un hurón en busca de criminales. Ya había sido alguacil de cuatro corregidores.

Tenía cuarenta y ocho años, y llevaba sombrero de tres picos, mucho más pequeño que el de su señor (pues repetimos que el de éste era enorme), capa negra como las medias y todo el traje, bastón sin borlas, y una especie de asador por la espalda. Aquel espantajo negro parecía la sombra de su vistoso amo.

Cuando el señor corregidor y su apéndice pasaban al lado de los campesinos, éstos dejaban su trabajo y se quitaban el sombrero, con más miedo que respeto. Entre dientes comentaban que si la señá Frasquita era incapaz de nada malo, el señor corregidor sí.

– Muchos dicen que de todas las personas que van al molino el único que no tiene buen fin es este madrileño mujeriego – le comentó una campesina a su marido.

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