No mires atrás - стр. 8
Me acerqué a la ventana, evaluando las tablas. Escapar por ahí parecía la única opción. Pensé que, si reunía toda mi fuerza, podría romperlas. Bastó un golpe para entender lo débil que estaba. El dolor recorrió mi pierna, pero seguí golpeando como una loca. Algo dentro de mí gritaba: “¡Vamos! ¡Rompe eso!” – y seguí golpeando, aunque ya empezaba a entender que era inútil.
– Lana, necesito ayuda —susurré—. ¡Ayúdame!
– ¿Y cómo se supone que haga eso? —respondió con escepticismo—. Vamos, tú puedes. —Su voz era firme como una roca—. ¡Tienes que seguir! Nadie va a venir. ¡Nadie va a ayudarte! ¡Sólo tú puedes salvarte!
Me mordí el labio, las lágrimas me nublaron la vista. Empecé a gritar. Tan fuerte como podía.
– ¡Ayuda! ¡Estoy aquí! ¡Ayúdenme!
Grité hasta que mi voz se volvió un susurro ronco. Pero nadie respondió. Solo silencio. Un silencio denso y opresivo. Escuché un chasquido en el interior, como si la casa misma, y todo lo que me rodeaba, se burlara de mí. Sentí que realmente estaba perdiendo la cordura. Nadie me oiría. Aquí iba a morir.
Durante los dos días siguientes golpeé la puerta. Al principio con los puños, luego con los pies. Cada vez con menos fuerza. Pero seguí. No tenía nada que perder. Lana me miraba desde un rincón. No podía ayudarme físicamente. Solo con su presencia.
– Dasha, eres fuerte – dijo con firmeza—. Tienes que luchar. Si te rindes ahora, nadie podrá salvarte.
– No puedo más… – susurré, sintiendo cómo se me escapaban las fuerzas.
– ¡Sí puedes! —Lana me miraba con la mirada de una guerrera—. Puedes más de lo que crees. Esta es tu prueba. ¡Vamos, reúne lo que te queda y lucha!
El yeso del techo caía con los golpes, el estruendo me ensordecía. Ya no podía mantenerme en pie, pero seguía golpeando, como si la voz de Lana me empujara cada vez que estaba por caer.
Cuando una de las tablas de la puerta cedió, el crujido fue tan fuerte que el corazón me dio un vuelco de alegría. Empecé a golpear con más fuerza, como si cada movimiento devolviera un poco de esa energía que me había abandonado. Finalmente, cuando parecía que todo estaba a punto de terminar, escuché pasos.
Los pasos se acercaban. Al principio pensé que era otra alucinación – quizá Lana jugando conmigo otra vez—, pero al prestar atención, me di cuenta: eran reales. Y no venían solos. Había voces. Voces masculinas. Discutían, gritaban. Aquellos gritos llenos de insultos me taladraron el cerebro.
Me paralicé al instante. El corazón se me convirtió en un bloque de hielo. ¿Gritar? ¿Pedir ayuda? No… No debía.