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No mires atrás - стр. 19

Ahora sentía algo parecido, solo que mucho más intenso. Al parecer me estuvieron violando por la puerta trasera todo el día y toda la noche, mientras estaba inconsciente.

–Ya estoy aquí – escuché la voz alegre de Amir. Algo se revolvió en mi interior. ¡Hubiera matado a ese desgraciado! ¡Lo habría destrozado ahí mismo, si hubiera estado en mis manos! Pero, ¿qué podía hacer yo?

Él se acostó a mi lado y me abrazó ligeramente.

– Tienes un culito tan dulce. Y, como resultó, tampoco es virgen – sonrió con ironía—. ¿Sabes cómo lo supe?

No reaccioné. Me daba igual, completamente igual, lo que estuviera diciendo. En ese momento solo podía soñar con que a ese cabrón le cayera encima un meteorito, o que apareciera una bala perdida de la nada y le atravesara su estúpida cabeza.

– ¡Vale, no te esfuerces! —se burló él—. Claro, eres la puta de Lázarev. Y él a todas sus putas solo se las folla por detrás. Tiene una fobia, no le gustan los coños femeninos.

Se rio durante un largo rato de la fobia de Lázarev, levantando mis piernas y acomodándose contra mí con su órgano sexual. Sentí cómo algo caliente y duro se deslizaba dentro de mis intestinos.

Resultó que mi esfínter estaba bastante relajado. Amir se preparó para entrar en mí, pero dudó, como si estuviera jugando conmigo.

Deslizando la punta por el surco entre mis nalgas abiertas, la apoyó contra el agujerito. Intenté relajarme aún más para no sentir dolor.

Agarrándome por las caderas, Amir empezó a penetrarme con fuerza. Su miembro masculino entró con bastante facilidad. La punta se hundió en mi interior, provocándome solo una sensación de ardor e incomodidad. Incluso me alegré al no sentir ya dolor, pero esa sensación duró exactamente hasta el momento en que mi agresor hizo un brusco movimiento y se introdujo completamente dentro de mí.

De repente sentí como si alguien invisible hubiera introducido en mí un hierro candente. El dolor no disminuía, al contrario, se intensificaba más y más, creciendo a cada segundo hasta retorcerme en un nudo insoportable, sin dejar ni la más mínima posibilidad de alivio. Me parecía que mis músculos, nervios, huesos—todo se había fusionado en una interminable bola de sufrimiento.

Involuntariamente empecé a contraerme, golpeando con los puños las piernas de mi agresor mientras él me sujetaba firmemente, ensartándome como un trozo de carne en un pincho.

Con movimientos rítmicos, él seguía embistiéndome sin parar, mientras gemía bastante fuerte.

A veces crees en ciertas situaciones que nada podría ser peor. Pero luego resulta que sí puede. Y mucho peor.

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