No mires atrás - стр. 15
Muy a menudo vi cómo Lazarev golpeaba a Lana. Su cuerpo frágil siempre quedaba cubierto de moretones después de sus actos de amor.
Ella siempre lo soportaba, nunca se quejaba, pero yo sabía – por dentro, sufría.
Y ahora estaba sentada a mi lado, con las mismas sombras de dolor en los ojos, pero sus palabras me cortaban como cuchillas. Por muy duro que fuera aceptarlo, Lazarev no parecía tan monstruoso comparado con esos dos.
Al menos, él solo me había golpeado una vez – el día que murió Lana…
– ¿Me extrañaste? —la voz áspera de Amir rompió el aire, y su risa me taladró el cerebro como clavos oxidados.
No se rió simplemente – se carcajeó con satisfacción, saboreando cada segundo de su burla. En sus ojos brillaba algo frío, inhumano. Yo era su presa, su juguete indefenso. Una cosa que podía manipular sin remordimiento.
– ¿Sí? ¿Me esperabas? —siguió, acercándose, buscando en mi cara alguna reacción, su aliento ardiente me quemaba la piel—. ¿Estabas solita, pobrecita? ¿Esperando a que vuelva tu dueño?
Yo guardaba silencio, intentando esconder el dolor y la humillación, pero por dentro todo se retorcía entre la rabia y el miedo. Las manos ya estaban completamente dormidas desde la noche. Parecía que no quedaba sangre en ellas. Las cuerdas se me habían incrustado en las muñecas, y cada mínimo movimiento me provocaba una punzada muda, espesa, continua. Las terminaciones nerviosas ya no enviaban señales claras —solo quedaba un malestar constante y una debilidad agotadora.
Tortura con agua
El suelo estaba helado. No lo había notado mientras dormía, pero ahora lo sentía hasta los huesos.
Lo más humillante fue que me oriné encima en cuanto Amir se acercó. Fue instintivo, involuntario. Sentí el calor esparcirse por mi piel fría, y una ola de vergüenza me cubrió por completo. No podía hacer nada para evitarlo. Amir lo notó, claro que lo notó. Una razón más para burlarse. Una cuerda más para atarme, para hacerme sentir aún más miserable.
– Vaya, te estás desmoronando – se rió, su carcajada retumbó como un martillo dentro de mi cabeza—. Ni controlarte puedes. ¿Qué pasa, princesa, tienes frío?
Sus palabras dolían. Con cada comentario, algo se rompía dentro de mí. Pero no lloré. No iba a darle ese gusto. Al menos no todavía.
Pensé que su asco sería más fuerte que su deseo, que no se atreverían a tocarme otra vez en ese estado. Pero me equivoqué. Todo volvió a repetirse. Esta vez ya no me resistí.