Abuzador - стр. 3
Controla lo que leo. No le gusta que lleve el cabello suelto. Dice: "Tú no eres de las que se exhiben. No eres como esas." Un día me puse una blusa con escote. Él solo me miró. Un minuto. Luego fue al dormitorio y cerró la puerta. Toqué. No abrió.
Al día siguiente salió y dijo: – Haz lo que quieras. Parece que ya no eres la que elegí.
Le supliqué. Lloré. Me quité la blusa, temblaba, me disculpaba. Él me abrazó, me besó la frente y dijo:
– Eso. Ahora sí. Mi niña ha vuelto.
El silencio es su mejor arma
A veces simplemente guarda silencio. Durante horas. Días. No se va, no hace escándalos – simplemente se desconecta de mi espacio. Y eso es peor que gritar.
Se recuesta en el sofá. No responde. No me mira. No me toca. Yo camino por la casa como un fantasma. Cada movimiento, en silencio.
Empiezo a disculparme por todo. Por mirar mal. Por bromear en mal momento. Por respirar fuera de ritmo. Y luego, al tercer o cuarto día, él "se ablanda". Me pone una mano en el hombro. Dice:
– Ay, tontita. No estoy enojado. Solo me duele cuando te conviertes en otra. Extraño a la que eras antes.
Y yo – como una idiota – me alegro. De que me "vea" otra vez. De que el silencio haya terminado. Ya no sé quién soy. Solo trato de adivinar cómo se supone que debo ser.
Pero a veces, por la noche, escucho música. Una canción que había estado tarareando por dentro – y de repente suena en la radio. O en el teléfono, por accidente. Y me detengo. Porque eso significa que aún estoy viva. Que alguien, en algún lugar, me responde.
La niña pequeña y su frialdad
A veces creo que todo empezó antes. Mucho antes.
Tengo cinco años. Estoy en el pasillo. Vestido azul arrugado, la abuela lo planchó antes de dormir. Estoy descalza, esperando. Papá llegó del trabajo. Pasó junto a mí. No me abrazó. No me miró. Solo se quitó los zapatos y fue a la cocina. Y yo lo esperaba. ¿Por qué? No lo sé…
Me quedé ahí parada, esperando que se volviera. Que dijera algo. Que al menos asintiera. Pero ya estaba sirviéndose el té.
Apreté los dedos de los pies contra la alfombra y dejé de respirar. Todo mi cuerpo vibraba: mírame. Estoy aquí. Te estaba esperando… Dime que soy buena. Dime que me quieres…
Él amaba a mi hermano. Le sonreía. Bromeaba con él. Pero conmigo era frío. Como si hiciera algo mal solo por existir.
Y desde entonces, algo dentro de mí se volvió como un tentáculo fino —siempre buscando calor. Sentía cuando alguien me miraba con aprobación. Cuando el tono de alguien era más suave. Cuando una palabra casual era una señal. Buscaba confirmación de que existía. De que me veían.