Размер шрифта
-
+

Abuzador - стр. 10

–Es que estás muy tensa —dijo—. Cuando trabajaba en el orfanato, los niños miraban así. Como esperando que alguien los golpeara.

Se me cayó la billetera. No fue a propósito. Simplemente mis dedos se volvieron de algodón. Ella la recogió en silencio y me la tendió. Luego añadió, en voz baja: —Conozco esa mirada… —Se inclinó un poco hacia mí, sonriendo con calidez—. Cuando por dentro hay un nudo y la boca parece cosida. Cuando quieres hablar pero no sabes por dónde empezar.

Yo no dije nada. Pero ella siguió: —Si algún día quieres simplemente hablar, ven. Después de las seis estoy sola aquí. Tengo té. Y silencio donde se puede ser una misma. Sé escuchar sin juzgar. Sin dar consejos. Solo estar.

Me miraba como si supiera más de mí que yo misma. Como si supiera todo lo que nunca dije. Y no me presionaba. Solo ofrecía un espacio. Era aterrador… y tranquilizador a la vez.

Me fui sin mirar atrás. Caminaba hacia casa, pero seguía escuchando su voz. Sonaba dentro de mí más fuerte que todas las palabras de Vlad de los últimos meses. Porque no tenía peso. Ni presión. Ni trampas.

Al llegar, Vlad estaba en la cocina. Sonreía. Hablaba de algo. Yo lo miraba… y de pronto comprendí: no huele a libertad. Es como una puerta cerrada. Bonita, barnizada, acogedora. Pero sin picaporte de mi lado.

Y su voz… la de la mujer… era como una ventana abierta. Aunque lloviera del otro lado. En ella había algo familiar. Algo que dolía. Y al mismo tiempo, sanaba.

De repente, sentí un eco cálido dentro de mí. Sus tonos, su ternura, su bondad… me recordaban a mi madre. Esa que me amaba sin condiciones. Con ella todo se detenía. Solo existíamos ella y yo. Sus manos, sus ojos, su voz llena de dolor y amor.

Ella no siempre sabía qué hacer. Pero sentía su dolor filtrarse a través de la distancia. En cada mirada, en cada palabra, incluso en sus silencios cuando llamaba al teléfono fijo. Cada vez, yo escuchaba: "Perdón". Un perdón no por culpa, sino por impotencia.

Mi madre se debatía entre mí y su nueva familia, como un pájaro atrapado en una red. Quería protegerme, abrazarme, llevarme con ella. Pero sabía que no podía. Yo lo sentía. Especialmente cuando callaba.

Ella vivía con culpa. Y eso la devoraba. Su vida parecía un castigo. Yo entendí que era víctima de las circunstancias. Nunca la culpé por tener que elegir. Pero ella no podía perdonarse.

Y eso dolía. Porque no era su culpa. Era yo quien se sentía culpable. Por todo. Por existir. Por hacerla llorar.

La amaba tanto que mi mayor miedo era perderla. Temía que algo le pasara. Y para soportarlo, me hice una promesa: si ella moría, yo también moriría. En ese mismo instante. Porque si ella no estaba, ¿qué sentido tenía vivir?

Страница 10